quarta-feira, 30 de novembro de 2016

ALBERTO MARQUEZ | Juan Sánchez Peláez: otra lectura


La obra poética de Juan Sánchez Peláez es una de las más valoradas en la segunda mitad del siglo veinte venezolano y, sin embargo, es poco lo que se ha escrito sobre ella. O es mucho, pero reiterando más o menos una misma lectura. En realidad, esta situación se encuentra vinculada a la sustancia misma de su poesía: hacer poético muy poco asible, nos sorprende y al mismo tiempo nos distancia. Muy poco dada para permitir la construcción de un discurso sobre ella, siempre en los límites y marcando un límite. ¿Desde dónde entonces abordarla? ¿Cómo podemos acompañarla, o mejor, como dejarnos acompañar por ella? En nuestro caso, no es una decisión de óptica, visión o lectura, queremos más bien tratar de escuchar, con la intuición de que la poesía de Juan Sánchez Peláez ejerce sus poderes desde la orilla del oído más que de la vista, es decir, desde la música y el tiempo; las seductoras arenas de la melancolía y la muerte. Se ha escrito con insistencia acerca del poder de la imagen en su obra, no en cambio, del trasfondo de sus imágenes. Así, se ha subrayado cierto esplendor imaginístico que, a mi manera de ver, es la parte más exterior y menos significativa de su poesía. La seducción ejercida por la belleza es dilemática en la medida en que esta estatuye una especie de estatua; algo pétreo, demasiado seguro, demasiado engañoso. "Santa perra", la llama en uno de sus poemas. La poesía, el poder de la poesía, trasciende el orden de lo estético, aunque se mueva en sus aguas; siempre aspira a un más allá o más acá de la belleza. “La belleza es la muerte segura”, tal vez sea ésta una de las verdades que se desprenden de su obra.
Lo que particularmente me seduce en la obra de Juan Sánchez es más bien el acorde oscuro, aquello que siempre aparece como entredicho, lo que no termina de decirse; si no fuera una palabra demasiado trillada en los últimos tiempos diría que se trata de la sombra que generan sus poemas. Espacio de indeterminación que es al mismo tiempo una vocación y una apuesta, también una debilidad convertida en fuerza.
Ha sido una constante, por ejemplo, reiterar la profunda expresividad de su lenguaje, la fuerza de su imaginación, en varias ocasiones calificada incluso de alucinatoria. No es falsa esta percepción, ciertamente sus poemas convocan una libertad verbal e imaginística que sería torpe soslayar; pero como nota preponderante pareciera circunscribir su poesía a un terreno demasiado cercado que su propia obra se encarga de desmentir. Existe una pluralidad de registros y de sentidos que escapa a este orden interpretativo, como sucede por lo demás con toda gran obra. De manera que lo que aquí se propone no es más que aportar otro punto de mira, otra arista que permita el acercamiento a ella desde un ángulo distinto.
Desde la aparición de Elena y los elementos, uno de los libros mis celebrados como inaugurales de la poesía moderna venezolana, es posible percibir esta nota disonante frente al esplendor verbal y el erotismo de sus poemas. Porque el erotismo en esta poesía es bastante singular: siempre presente, la mujer no es sólo un motivo de exaltación. Es sobre todo la manifestación más plena de lo otro, de la diferencia, y es en esta diferencia donde se busca de manera sostenida un religamiento, la posibilidad de acceder a un mundo integrado, a un mundo que, de alguna manera, cobre sentido. Habría que decir, sin embargo, que esta empresa se sabe de antemano fracasada. El hombre es un ser de naturaleza vallejianamente débil, un pequeño animal acosado que mira con asombro los “dones de la tierra”, entre estos dones, de los más caros, las apetencias del deseo, la vitalidad que emana de los cuerpos.
Aunque en sus primeros libros hay una fascinación por la sonoridad del lenguaje, por el poder expresivo de la palabra, su poesía ha tendido cada vez más a eso que con gran acierto ha llamado Guillermo Sucre la “metáfora del silencio”. Una lucha con todo aquello que pueda sonar engreído o fatuo, una búsqueda de la verdad fuera de los lindes del sujeto o, más bien, del ego. Si la belleza es una “santa perra”, lo es por envanecimiento y cualquier otro objeto de consumo, pero la misión del poeta es precisamente la antípoda, no manipulación, también por comercio. Se puede comerciar con las palabras como con hacer de las palabras un objeto, no permitir la impostación, la mentira. A pesar de que no en pocas ocasiones sus poemas parecen más bien crípticos, esta dificultad proviene de la claridad: “Súbeme a la claridad. Soy un/ simio abyecto que necesita perdón”, dice en uno de sus primeros poemas, o “Yo te buscará, claridad simple”. La poesía es encarnación del misterio y lugar de la revelación. En este sentido el poeta ocupa el Lugar de la inocencia, apartado de las convenciones, de los estereotipos, de los clises que nos cubren y pueblan el entorno:

Escucho el privilegio de continuar en niño.
No me señalan crecer, como antes decían:
“Una pulgada más grande”.
Ahora me reconocen,
De una a varias pulgadas más pequeño.

No se trata, claro, de una inocencia virginal, el movimiento es alternativo entre la humildad y la ironía. A esta inocencia no se accede sino luego de una larga transfiguración que no pasa tanto por el conocimiento como por su desposesión. En cierto sentido el poeta es alguien que viaja al contrario, que en lugar de buscar su identidad intenta perderla, conquistar un habla al margen del regodeo; plural, siempre distante, ubicada allí donde no se la espera. Desde el punto de vista formal esta pluralidad de sentidos que golpean nuestros acomodos convencionales se resuelve en una poesía que subyuga pero descoloca, allí radica también parte de su dificultad. El poema no es una unidad sintáctica, sino un conjunto heterogéneo que da cabida a diversas voces, hablas, discursos que no solo se contraponen sino que incluso se interrumpen, como si alguien recordara de pronto en medio del acto poético el lugar olvidado, lo que permaneció marginado en la “retórica” del poema. De nuevo entonces surge el enigma. La realidad es un conjunto siempre móvil, nuestra conciencia apenas por instantes, por ejemplo, en el encuentro erótico, atisba una zona de conocimiento verdadero. De resto, la mayor parte de las veces, somos ignorantes de lo que acaece, de lo que acontece en nosotros. Así, el poema que da título a uno de sus libros, “Filiación oscura”, finaliza:

Hay vivos que deletrean, hay vivos que hablan tuteándose
y hay muertos que nos tutean,
pero uno no sabe nada.
En la mayoría de los casos uno no sabe nada.

“Filiación oscura” es un título que precisamente sugiere algunos de los motivos y características presentes en la poesía de Sánchez Peláez. Su señalada cercanía con la poesía surrealista –recuérdese su participación en el grupo chileno Mandrágora– se asienta no tanto en la creencia de una determinada praxis poética, escritura automática, confrontación de elementos dispares etc., cuanto en una ética frente a la poesía y la vida.
Pero es innegable que en ella están presentes elementos profundamente vinculados al surrealismo: el erotismo, la noche, el inconsciente, la memoria y el olvido, la palabra  poética como revelación y transparencia, como instante del encuentro con cierta zona de plenitud, tal vez una de las pocas que no es dado conocer a los hombres. Así como el encuentro erótico permite acceder a una experiencia de gozosa realidad, de instantánea revelación, la escritura, el acto poético, hace posible la aparición de una experiencia que nos sobrepasa, que se encuentra más allá de la conciencia creadora.
Resulta paradójico, sin embargo, concebir el extraño lugar que ocupa el poeta; al mismo tiempo alguien separado pero que fusiona y concilia; una conciencia vigilante y una posibilidad de sueño. No un ser de principios sino alguien que vive entre “Condicionales” (así se llama uno de los poemas de Rasgos comunes), no la inteligencia del juicio, sino la inteligencia de la sensibilidad, de allí que se encuentre siempre en otra parte, al margen de la sensatez, al margen de la prudencia, al margen de la práctica diaria de la vida.







Y yo he conquistado el ridículo
Con mi ternura
Escuchando al corazón.

Esta distancia que es también ruptura aparece en los poemas en forma de fragmentariedad, de dislocación del sentido, de interrupciones súbitas. Frente a sus poemas muchas veces debemos preguntarnos ¿quién es el que habla? y, más aun, ¿quién interrumpe? No existe un curso normal o lo que podríamos llamar un cauce; justamente lo que de manera implícita se cuestiona es la validez de cualquier cauce, de cualquier forma preestablecida de los diversos órdenes que gobiernan nuestra existencia cotidiana. Este distanciamiento pasa en cierta forma por el olvido de los atavíos particulares, de las señas que caracterizan el “yo”. La escritura es entonces una lucha en varios frentes, y esta lucha queda reflejada en los poemas, forma parte de ellos, y además funciona como vínculo (de conciliación o de ruptura) entre el sujeto que escribe y el sujeto que lee. Pero habría que decir también, para no escamotear la realidad de su escritura, que en el fondo su casa es la casa de la palabra, la magia de su misterio, el encanto de los sueños que evoca y convoca, el movimiento de afirmación que presagia. Cada uno de sus libros ha ido componiendo una semblanza que entraña sabiduría, goce, afirmación de la vida sin cortapisas, donde hay espacio para el dolor y la duda, para la ternura y el placer, para el sortilegio de la melancolía y la muerte. Una poesía cuyos rasgos comunes no son en absoluto posesión del común, sino mis bien trazos particularísimos que dibujan las modulaciones de su voz. Sí. como apuntamos al comienzo, el poeta recorre un camino de desposesión, lo hace no en razón de una mística del ascetismo por la vía de la negación, sino por la afirmación de lo múltiple, de la pluralidad, de la contradicción. Del mismo modo, si sus poemas con el correr de los años se han ido concentrando es no por la pérdida de su capacidad verbal e imaginativa sino, muy al contrario, por una concentración e intensidad verbales que hacen de sus últimos libros, Por cuál causa o nostalgia y Aire sobre el aire, pequeñas pero inmensas joyas de nuestra poesía contemporánea. Aunque sus motivos siguen siendo los mismos –porque la poesía de Juan Sánchez Peláez es en cierta medida fruto de una obsesión que va cobrando forma en cada uno de sus libros– en los últimos aparece una serenidad que no conocíamos en los anteriores. En ellos pareciera que la pluralidad se dice a si misma, no hay alteraciones ni ruidos, la vacilación deja espacio a una voluntad de persistencia y a una mirada que ya no se coloca en el lugar del exilio sino que encarna el exilio, que se sitia directamente en el espacio de los contrarios, siempre en el espejo del otro.

Quien habla
sueña
Quien dice
no
es un muchacho con cuchillos

Quien da en el blanco
es por angustia

Quien se rectifica
es porque va
a nacer

Quien dice
es una muchacha de las Antillas

el que despierta
tiene claras orejas
y otro burro nativo

soy yo
el que va por la carretera de Sintra
cada vez más cerca
lo probable o real
desde aquí
hasta ahí
buscándome
entre el ir y venir.




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Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidado: Ramón Chirinos (Venezuela, 1950)
Agradecimentos: Miguel Márquez
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim estruturado:

1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)

Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio Simões.

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